A 600 kilómetros de mi hogar, entre la penumbra, descubrí a Santa Clara. A paso apretado caminé por sus calles. Conocí cuánto le falta para ser una gran ciudad. También vi cuánto ha perdido mi Santiago de Cuba al ser una gran ciudad.
Viví la adoración que siente su pueblo por el Che. Vi una mujer casi llorar con tan solo mencionar su nombre… A menos de un metro estuve de sus restos, en un lugar donde hasta los pensamientos podían escucharse.
Santa Clara es uno de esos pocos lugares donde el cariño por un héroe es sincero, no porque la historia así lo ordene y en las escuelas se repita la frase “seremos como el Che".
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