En Cuba, las ventanas apenas esconden los misterios.
En el pasillo del lugar donde vive mi Venus en llama, cada
una de ellas revela fácilmente los secretos de las cocinas.
La primera casi no deja escapar olores. En esa casa vive una
pareja de pensionados.
La segunda, la de la paladar, es un desafío discernir los gases
aromáticos. Siempre hay una exquisita amalgama de olores, que con facilidad se
mueve entre los pescados y mariscos (que no huelen igual…jajaja), pasando por
el pollo y por la tilapia de potrero, esa que come hierbas, vive en corrales y
salta cuando oye las sirenas…
La tercera, en ocasiones deja fugar uno que otro aroma,
parece que la profe universitaria no le mete mucho a la carne y sí al té.
La última, la de mi musa… esa mejor me lo reservo.
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