Volver al Parque de Diversiones 26 de Julio, después de más
de una década y media sin haber pisado el lugar, fue como encontrarme de
momento en una película spaghetti western.
Se me antojaba saludar a todos, gritar bien fuerte, no por
un inesperado ataque de buena educación, sino porque eran tan escasas las personas
que sentí pánico al estar tan aislado, en un sitio evidentemente olvidado.
Fue tan triste descubrir que un lugar, especial en mi
memoria y mis recuerdos felices, está tan abandonado, como si nunca hubiese
existido.
Lamenté regresar, un sábado por la mañana, en medio de las
vacaciones por el fin de año. Como una escena surrealista, entre el chirrido
del metal de los aparatos que corrían libremente por el lugar sin encontrar
apenas obstáculos, los pocos niños seguían sonriendo, siempre encuentran
razones para ello; los padres, lamentando, no tenían necesidad de buscar
excusas muy en el fondo.
Una niña, montada en una góndola, lloraba porque no avanzaba, estaba atascada en la incipiente corriente con muy poca agua. En el altavoz del lugar, un hombre decía "el mecánico de guardia por favor presentarse en el carrusel para solucionar problemas técnicos".
La niña arreciaba los gritos mientras sus padres corrían, ahora la góndola avanzaba, pero los chorros de agua le daban justo en la cara. La mujer que vende las papeletas molesta le requería a tres clientes que debían comprar los tíckets en la entrada, mientras se embolsillaba los seis pesos que estos le daban; "me obligan a llevar a mí misma el dinero..." Las señoras que vendían las chucherías, ni se molestaron en mirarme, mucho menos en responderme...
Recordé una canción de Sabina: “al lugar donde has sido feliz
no debieras tratar de volver”
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