30 de noviembre de 2013

La agonía de un gato cubano



Cada vez que veo en el canal Multivisión un maldito programa sobre los gatos siento una pena por el mío que me mata…

Didú (así se llama) llegó para matar un ratón, una guayabita que se paseaba por la casa libremente, tanto que yo pensé que estaba en la libreta de abastecimiento.

Después que lo hizo, muy pocas veces se ha “empatado” con la carne. Salvo uno que otro pajarito que caza de vez en cuando.

Tiene la desgracia de no vivir en la casa de un cocinero, un dueño de paladar o una casa de alquiler, tampoco del administrador de cualquier lugar o de un..., ni siquiera de un chófer de un ...

Por el contrario, es la mascota de un hogar donde viven dos periodistas. Pero no se crea que de esos periodistas que atienden la agricultura y se la pasan de finca en finca, de cooperativa en cooperativa, nada de eso. Mi mamá trabaja en la redacción y yo en una página web.

Ya ni hace huelga de hambre. Lo veo que me mira, emite un maullido lastimero, sin fuerza, baja la cabeza y se come su arroz con frijol.

Un día, en un ataque de desespero, llegó a comerse un tomate. Con los años, ha desarrollado un gusto especial por la col hervida. Nada, que es un luchador y aprendió a adaptarse.

Al principio le compraba tenca o tilapia y se las cocinaba. Pero eso se acabó el día que me robó (en otro ataque de desespero)  un bistec de carne de res. ¡Está loco! Robarle a un cubano un bistec, es peor que mentarle la madre.

Mi gato está como dice Sabina “flaquito, flaquito”. 

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