La viejita de la esquina, esa que no tiene nombre, solo una
dulce sonrisa al saludar, ya no adorna mis mañanas.
Hace quince días que no me contagia con su brillo, dos
semanas sin sentarse en el portal, en la esquina derecha, escondido del sol, en
su pequeña silla plegable.
Tanta ausencia me obligó a preguntar. Falleció. Dicen que de
un infarto, yo digo que de falta de conversación.
Nadie tiene paciencia, nadie tiene tiempo.
Ya mi despertar no es igual. De camino al trabajo me falta
el saludo de esa viejita, que no conozco su nombre. No sé de sus achaques. No sé cómo la conocí,
quizás esta historia empezó por un comentario ¿qué grande estás? ¡Estás hecho
un hombrón! , y siguió con saludo todas las mañanas, de camino al trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario