Cuando despertó se quitó la crema de la cara. Preparó unas
rodajas de pepino y se las colocó en los ojos para refrescarlos. Todo cuidado
era poco, tenía en la tarde una fiesta familiar de quince. Aquello se anunciaba
como el evento social del año más importante en Santiago de Cuba.
Ya desde el día anterior había comenzado la preparación.
Cuando llegó la invitación, venía con ella un “programa”. Entrada al salón 6 y 30
con un refrigerio. De 6 y 30 a 7 y 30, espectáculo. De 7 y 30 a 8 y 30, cena.
De 8 y 30 a 9 y 30, ceremonia. De 9 y 30 a 10 y 30, postre. De 10 y 30, a 2 de
la mañana, bailable.
Llegó la hora de salir. Ya había separado los 10 pesos del
motor, los zapatos ya le había pasado un plumón para enmascarar los arañazos, y
los había pegado con el pegamento de carro que usaba el tío.
Tenía lista la cartera, esa que tiene un rotico pero se
disimula si no le das la vuelta. En el pelo no había quedado vivo ni un rizo.
Se colocó la cadena de su prima, el collar de su abuela y los pendientes de su
madre.
Estaba en la calle, frente a su casa, lista para coger un
motor. Reía cuando la piropeaban, se imaginaba la envidia de las vecinas por
esos zapatos que llevaba, y la admiración de los hombres. No sabían que estaba
al punto de gritar.
Escogió el motor y el motorista. Tenía que ser joven y con
una buena máquina. Se acomodó el caso.
De pronto un grito, el de su abuela.
¡Mi niña! Coge este “culbalsito”* pa´que me traigas lo que
dejes del bufé.
*En la región oriental de Cuba se le llama cubalse a las
bolsas plásticas.
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