Lo más alucinante del mal, es lo habitual que puede
convertirse en nuestras vidas, como esa verruga en el brazo, que acariciamos,
pellizcamos, desearíamos quemar, arrancar, pero al final, casi olvidamos, o
mejor, decidimos olvidar que está ahí, jodiéndonos la vida.
No sé por qué aún me asombra el maltrato.
Ya no es privativo de los centros estatales de Santiago de
Cuba.
Parece un cáncer que se extiende, se filtra a otros “órganos”,
ni las paladares, antiguamente remansos del buen trato, espacios donde uno se
sentía “persona”, ni ellas son capaces de escapar de ese mal.
Llevé mi cámara, mi pequeña Sony de 12 megapíxeles, la misma
con su batería que se descarga si tomo cinco fotos con flash. Quería
inmortalizar una instantánea, donde estuviera rodeado de amigos y pizzas, unas
reales, no las que veo en los anuncios, tan distintas de la realidad…
Nos tomamos una foto, justo antes de entrar.
Se llamaba pizzería “La Esperanza”, ahora es “Don Billy”. El
cambio debía ser suficiente para presagiar.
La pizza estaba un poco quemada, la malta estaba caliente,
al lado había un borracho, a penas puse el cubierto en el plato y ya lo
retiraban. A penas había pedido la cuenta, y ya preparaban la mesa para el
siguiente de la cola.
Ella no esperaba propinas. Yo, definitivamente, no se la iba
a dar. Ella logró atender los clientes de la cola, a la misma velocidad que los
perdía.
A nadie le parece mal. Ya nos acostumbramos, al mal servicio
y al maltrato.
Y a otras muchas cosas innombrables.
No tiré la foto de las pizzas, tenía carga la batería, pero
yo no tenía ganas.
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