Si no lo has hecho, difícilmente entiendas este post.
SI intentara un símil sería como comprar cerne de res, por
el clima de misterio que genera, que lo envuelve, y que casi lo convierte en un
saber popular, en una cultura popular. Tiene códigos, mitos, sitios, personajes….
Todo empezó con una mirada tipo “scaner”… de esas que te “escanean”
de arriba abajo para saber tus “intenciones”, porque preguntar “¿estás
vendiendo jean?” no es suficiente.
Ella buscaba esos indicios que le indicaran que fuera de la
seguridad: la camisa a cuadro, la agendita o el bolígrafo en el bolsillo, el
celular viejo, nada de táctil, los zapatos de cordones, negros, de los que
venden los artesanos baratos, “aunque en la actualidad se camuflajean mejor”,
me dijo después de comprar.
Entré a un lugar que casi parecía salido de la película
Fresa y Chocolate: vasos espirituales, muchos, muchísimos vasos espirituales y
cada uno con un poquito de abate, para evitar las larvas de mosquito; paredes
descascaradas, mostrando las muchas pinturas que en algunas ocasiones ostentó;
muebles viejos, con pequeños tejidos que intentaban disimular los huecos, los
rotos, pero nunca la mugre, puntal alto, falso techo de madera roída, muchas
imágenes religiosas, un viejo librero con libros más viejos que él….
“Este jean seguro te sirve”, me dijo, pero la cara gritaba “con
ese culo tan grandes que tienes, es un milagro que entres en él”. En efecto, no
pasó de los muslos.
“Es que los tienes gordos”, y me pareció ver una veta de
mariconería en sus palabras y miradas, eso y que jamás me dio privacidad para
probarme el pantalón. Repito, parecía aquello una escena desclasificada de
Fresa y Chocolate.
“Espérate aquí, que voy a ver si xxxxx tiene una talla 38”.
Y fue en ese momento que se activó el engranaje, una rueda gigantesca parecida
a una gran red wifi del mercado informal en Cuba. Llamadas van y vienen, mensajes,
llamadas perdidas, gritos desde el balcón, señas…
“¿De verdad que vas a comprar?”, me decía tan rápido como se
iba su saldo.
Ven, vamos a otro lugar. “Xxxxx sí tiene uno pa´ tus muslos”.
Conocí una Santiago de Cuba diferente, a pocas cuadras del
Parque Céspedes, en medio de gigantescas edificaciones que parecen desafiar el
tiempo, como lo han hecho con piratas y corsarios, terremotos, ciclones, en
medio del ajetreo constructivo histérico, desenfrenado, casi irreal, donde se
reconstruyen –aunque parece en ocasiones que se arremeten– viejos inmuebles por
el medio milenio de Santiago de Cuba, conocí otro mundo, muy cerca de todo eso.
Un mundo que se mueve a la velocidad del mercado negro, el
informal, donde hay todo, o casi todo, y lo que no hay, te lo consiguen:
pantalones caga´os (no sé de dónde salió el nombre), de felpa, y no sé cuántas
clasificaciones más, escondidos detrás de mostradores con ropa artesanal, en
las verdaderas tiendas, donde los padres dan gritos por los precios mientras
los hijos aprenden más rápido las matemáticas, sacando cálculos para comprar.
Ahí estaba mi jean, uno azulito, sin banderas, ni estrellas,
sin ripia´os, ni charanguero, ni caga´o, uno sencillo, INCREIBLE, de los más
difíciles de conseguir, a pocos metros donde el Conservador derriba, digo,
repara viejas construcciones, un entorno donde hay más cámaras que kioskos de
bocaditos, donde circulan 2,5 policías por habitante, ahí, entre las calles que
se abren para ser cubiertas con adocretos, donde las personas rezan para que le
reparen sus casas, ahí encontré un jean, en un mundo que existe y se mueve a
una velocidad increíble.
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